miércoles, 20 de junio de 2012

Inesperados Pasajeros


“Últimamente las noches han sido extrañas, por decirlo de algún modo. No sé qué esperar o lo que pueda suceder cuando apague la luz y tenga que cerrar los ojos. Sé que tengo miedo…
Desde que mi hermano abandonó la casa han sucedido cosas muy extrañas…  No sé si deba atribuirlo a su partida, pero para mí fue el inicio de todo esto.
He dejado de tener sueños hermosos, hoy se han transformado en una especie de guía, un mural de advertencias, que el pequeño lente de mis ojos, cuando estoy dormida, va revelando cual rompecabezas, mezquinos cuadros que debo interpretar, como señales en el camino, para que no me extravíe y pueda regresar.
Hay quienes pagarían para conocer el futuro, yo quiero que las imágenes se detengan.
Anoche tuve la última y más terrible de mis pesadillas. Y aunque en casa están acostumbrados a mis gritos y se turnan para cuidarme, no he querido volver a dormir.
Si supieran las cosas que yo sé, si sus ojos pudieran ver lo que he visto, las noches serían eternas vigilias, haríamos guardia, turnándonos para descansar, o nos mataríamos juntos.
Pero yo no quiero morir, menos ahora que sé lo que hay después de esta vida.
El camino hacia la luz es accidentado y las tinieblas también proyectan un halo parecido. Yo conozco ambos caminos.
He muerto un par de veces en mis sueños, pero nunca muero de verdad. Sigo viva, errante, extrañando las emociones más nítidas.
Caminar ayuda en momentos de estrés, pero ni eso puedo hacer sola. Me siguen mi madre y su criada…
Si ellos, o alguien, cualquiera, pudiera ver lo que yo veo, no me sentiría tan sola”.
-Aún recuerdo la primera vez que lo vi –comento, sin levantar la vista del dibujo-. Me pareció que apenas sobreasaba el alto de la cama, pero lo que más llamó mi atención fue su gorro –sé que le encantará oír estos detalles.
-¿Se comunicó contigo?, ¿dijo algo? –pregunta ansioso.
-Ellos no hablan con los humanos, aunque tienen voz –yo conservo el tono inalterable.
-Pero se deben comunicar, de alguna forma, ¿no?
-En efecto, lo hacen –quiero fastidiarlo, que se vaya. No necesito su ayuda, ni él puede ayudarme.
-¿Qué dijo? –se reclina en el sillón acomodándose los anteojos. Es evidente su agotamiento.
-No puedo decírselo.
-Debes decírmelo.
-No.
-Es por tu bien. Tienes 16 años, Carolina, no deberías estar aquí encerrada en tu cuarto, deberías estar divirtiéndote con tus amigas, tomando el té en algún sofisticado salón, eligiendo vestidos.
-¿Usted cree que me gusta? –me obliga a mirarlo y lo hago con rabia.
-En cierta medida, si quieres que sea honesto contigo.
-Váyase.
-Lo siento, yo sólo trataba de...
-Quiero que me deje sola.
-No puedo –murmura apretando los dientes, conteniendo la impotencia.
Su cabello cae en hondas sobre su chaqueta; un negro lienzo ondulado donde resaltan algunas canas. Nunca ha venido con delantal y admito que me cae un poco bien.
Entrelaza los dedos y baja la vista. Se ve afectado. Después de varios minutos en los que afino detalles en mi dibujo, se quita los anteojos, saca un pañuelo del bolsillo y borra de su frente el cansancio.
-Se acabó el tiempo, nos veremos otro día.
Se levanta lentamente y camina en dirección a la puerta. No ha vuelto a mirarme a los ojos desde que me pidió disculpas. Creí que se tomaba un respiro, pero que luego intentaría saber más.
-Recuerda dormir con la puerta abierta y la luz encendida –me recuerda antes de salir.
***
En cuanto abandona mi habitación cierro la puerta de golpe, arrugo el papel y lo arrojo por la ventana. La verdad todo esto me tiene harta, quizás salga un minuto al jardín. Necesito cambiar de aire.
***
Lleva dos meses en ese estado y no le da la importancia que tiene. ¡No está enferma, no está loca! –aprieta los puños, cansado, mientras baja a prisa las escaleras-. ¿Qué sabe ella de la vida?, ¿qué sabe de mis años de estudio?
-Hasta luego, Madame.
-¿Cómo está Carolina?, ¿observa usted alguna mejora?
-Necesito un poco más de tiempo.
-¿Más tiempo? –acomoda su larga y espumosa falda, para dar un paso atrás-. Mery –hace una pausa para dirigirse a una empleada-, por favor tráele su abrigo al doctor.
-¡Así es, necesito más tiempo! El estado de Carolina es de cuidado, no sería conveniente dar un diagnóstico apresurado –baja la voz-, los dos sabemos lo que podría suceder.
La señora, muy bien parada frente a él, se lleva las manos a la cintura.
-Doctor, nadie moverá a mi hija de esta casa, sin importar lo que usted diga –lo mira desafiante.
-Sé de sus influencias, Madame, pero estamos hablando de su salud.
-Por lo mismo lo digo. No es un secreto lo que les pasa a quienes son internados en su laboratorio.
-¡No es un laboratorio, es una clínica! –la corrige conteniéndose.
-¿Cuándo vendrá de nuevo? –lo corta, entregándole su sombrero.
-Cuando usted desee. Mañana, pasado, la próxima semana.
-Mañana, pero quiero que me entregue un informe. Por escrito, por favor.
-¿Pone en duda mi profesionalismo? –entrecierra los ojos, dolido en el orgullo, pero sin perder la compostura.
-Sólo le pido lo que cualquier paciente pediría, y mucho menos de lo que espera recibir una madre.
-Madame, ¡necesito tiempo! Una hora por sesión es muy poco.  ¿Me entiende usted?
-Todos los doctores que conozco atienen pacientes cada una hora.
-Muy bien, entonces vaya donde uno de esos tantos doctores que usted conoce. Yo llego hasta aquí.
-Doctor, no se vaya.
-Usted me hace todo tan difícil –siempre parece estar tenso, sin embargo, sabe como controlarse-, se opone a mis métodos, me cuestiona, envía a sus sirvientes a espiarme mientras converso con mi paciente.
-Es una niña, Doctor.
-Si tiene miedo de mí, ¿por qué no me acompaña a las sesiones?
-Ella no lo permitiría.
-Entonces, ¿qué hacemos? ¿Me rijo por sus miedos o por los de mi paciente?
-Yo…
-Hasta mañana, Madame.
-Hasta mañana, Doctor. El carruaje lo está esperando.
-Creo que caminaré. No se moleste.
Los miro caminar detrás de mí, deteniéndome un instante en sus ojos, y estoy seguro, una vez más, que les vi temblar en sus cuencas oscuras y esbozar una sonrisa siniestra.
La robusta puerta de madera y acero se cierra detrás de él con un ruido cavernoso. Afuera el aire es frío, pero menos denso. Inspira profundo, se rodea una bufanda al cuello, se pone el sombrero y comienza el largo camino de regreso a casa. Pero antes, recoge un papel arrugado que baila entre las espinas del rosal.
***
Lo observo partir, con el corazón dividido, sabiendo que de todos los que han venido quizás sea el único en quien de verdad pueda confiar. Las lágrimas caen por mis mejillas, en el silencio acostumbrado, mientras la noche estira sus primeros trazos en el firmamento otoñal.
Desde aquí arriba la casa se ve más grande, y más gris.
***
Cree que no lo sé, que ni siquiera me lo imagino. Pues está equivocada. ¡Yo si que he visto Demonios, Duendes, Hadas y también Ángeles! Y no sé cuál de ellos me asusta más.
***
-Tengo que conseguir que hable, no hay otra forma.
En su cabeza las voces gritan, pero cuando habla vuelve a ser el mismo ser hermético que siempre ha sido. Un problema para quien debe coexistir con diversas patologías y a la vez expresarse delante de sus pacientes.
Desciende por la calle adoquinada. Las suelas de sus zapatos en la piedra no se distinguen en nada a las pisadas de una mujer, salvo por el tiempo que separa un paso del otro. Va pensando en ello.
Todo es sombras la mayor parte del año en un pueblo al que el sol rara vez ilumina. La cal enverdecida de los cercos parece una extensión del pasto, en casas tan distantes las unas de las otras en la larga calle que atraviesa Coyhaique, donde rubios y altos colonos se asoman a las ventanas de cuando en cuando, aburridos del paisaje inhóspito, que agradece el tiempo libre entre cada ventana.
Ellos cambiaron los fierros por la madera y las máquinas por los caballos, y él evita distraerse al pasar frente a sus hogares. Pero no es por ellos, es por las criaturas que trajeron consigo desde su lejano país.
Quizás nadie lo ha notado o como él tengan miedo de confesarlo. Después de todo, no sería raro que los llevaran presos por hablar del Diablo y más tarde, habiendo encontrado una oportuna demostración de la alianza, los quemaran frente a todo el pueblo.
El seto verde que rodea su casa lo tranquiliza, tanto como el pasillo geométrico de blancos, rojos y negros lo altera. Pero es su equilibrio, y es perfecto.
Vive solo, en la más alejada de las vivencias, pero en la más verde de todas.
Su gato se apresura al sentir la puerta de entrada y sin darle tiempo se enrolla alrededor de sus piernas en busca de una caricia. Lo toma entre sus brazos y le habla, al tiempo que se dirige a la pequeña cocina para darle un poco de leche.
-Sírvete, yo estaré descansando en el sillón, fumando mi pipa –le señala el lugar frente a la ventana del fondo, el rincón donde revisa las anotaciones de sus pacientes. Pero antes se devuelve a la cocina para calentar el agua.
Se quita el abrigo, lo cuelga, y a continuación estira los brazos haciendo sonar todos los huesos del cuerpo, repitiendo el mismo ritual de todas las tardes. De regreso, con el mate y el agua, se detiene a encender la única luminaria de su residencia; una lamparita que apenas alumbra su metro cuadrado. Pero eso es todo lo que él necesita. Su vida es sencilla, sólo gasta en libros que encarga a los marineros de barcos mercantes, aunque hay quienes aseguran que esconde una fortuna en el sótano de su casa.
Abre la carpeta de Carolina y estira una hoja arrugada con la palma de la mano. Acerca la luz; frunce el ceño y se echa atrás asustado. Luego la arroja sobre la mesa, toma su libreta de anotaciones, escribe unas cuentas palabras y coge la lámpara.
Se dirige a su consulta, empujado por la curiosidad, y el gato va detrás de él.
Ya es de noche, hace frío y le parece que habrá tormenta. El pasillo adoquinado que une su casa con la improvisada clínica, es angosto y recto. Se quita una enorme llave del cuello y abre el candado. De inmediato comienzan las carreras y el murmullo que se desata detrás de las paredes, pero cuando ingresa el silencio vuelve, como si se apagara el ruido.
A diferencia de su casa, allí hay por lo menos cinco lámparas, que enciende una a una apresuradamente.
-Marco, ¿estás dormido? –pregunta aunque conoce la respuesta-. Si es así despierta, porque necesito hablarte.
La sala, anaranjada por la luz palpita al son de las lumbreras a destiempo, como si entrara por la boca de un dragón.
-¿Cómo estás, hijo? –saluda de pie, apoyado en la pared, frente a la celda donde Marco se encuentra encerrado.
-Bien, gracias. ¿Qué haces aquí tan tarde? –responde incorporándose.
-Vengo de casa de Carolina.
-¿Cómo van las sesiones? ¿Hay algún progreso?
-Me temo que no.
***
Carolina lleva media hora tendida en la cama. Ha estado pensando en la muerte, en lo cómodo que sería poner fin a todos sus sufrimientos cortándose las venas o ahorcándose en las vigas que observa obnubilada, aunque en el fondo sabe que no sería capaz, porque tiene miedo. Miedo de convertirse en un espectro.
Se levanta rápidamente, incorporándose en la cama. Puede sentir su presencia, sabe que están ahí, ocultos en la oscuridad, en los muchos lugares sombríos que hay en su cuarto.
Algo recorre la habitación de un lado a otro. Son pasos, pequeños pero rápidos, de los Duendes que con descaro inician la incursión. Sus sonrisas maquiavélicas le erizan los bellos de la nuca, mientras un nudo en la garganta le seca la voz, impidiéndole hablar.
Se mueve temerosa entre las sábanas, lamentándose por no haber abierto la puerta antes. Ellos se pasean bajo la cama, empujando las tablas hacia arriba, haciéndola sobresaltarse, y es el mismo miedo el que permite que afloren las primeras cansadas palabras.
-¿Qué quieren? –en respuesta hay un silencio-. ¿Por qué no me dejan tranquila? –su voz se oye suplicante y temerosa.
Enrabiada, se levanta de la cama para abrir la puerta, pero al bajar los pies de la cama una mano jala de ella hacia abajo con fuerza.
-¡Mamá! –grita despavorida- ¡Mamá, ayúdame! –grita y llora mientras se sujeta de las frazadas.
***
-¿Vas a traerla?
-Creo que es lo más apropiado.
-Yo también. ¿Le hablaste de mí?
-No.
-¿No? –está indignado- ¿Y qué esperas para hacerlo?, me decepcionas –se vuelve hacia la pared oscura.
-Antes de confesarle que estás aquí, es necesario confirmar si le sucede lo mismo que a ti. Mira –le extiende una hoja de papel arrugado. Marco lo observa con detenimiento y temor-. Ignoro si el dibujo es una provocación o es real –clava sus ojos en la sombra tras la reja.
-Es real… -ahora es Marco quien no le quita la vista de encima y retrocede.
-¿Qué te ocurre, hijo? ¿Estás bien?
-Hans, ¿cuándo fue la última vez que te miraste a un espejo?
-Mmm, no lo recuerdo ¿por qué? –se oye demasiado calmo.
Marcos estira la mano, sosteniendo en ella un pequeño espejo que utiliza para vigilar a través de los barrotes. Hans acerca la cara lentamente y levanta la mano en la que lleva la lámpara. Ahí está él y puede ver con total claridad a Marco.
***
La puerta se cierra con llave. Su madre y sus criados luchan por abrirla, romperla, lo que sea, sin embargo ni siquiera tiembla cuando la golpean. Parece de acero.
-¡Mamá! –no se cansa de gritar.
-¡Tranquila, hija, te sacaremos de ahí! –grita su madre desde afuera.
-¡Déjenme! ¿Qué quieren de mí?
***
-¿Por qué te alejas de mí, Marco?
-¿No te has dado cuenta?
-No, ¿de qué?
-Tienes un Duende montado en la espalda, hablándote al oído.
***
-¡Aparezcan, muéstrense! –grita, mientras es arrastrada hasta debajo de la cama.
-¿Quieres hablar? –responde una voz irónica.
Las manos la liberan y ella cae al piso. Respira agitada, confundida, y a través del cabello que le cubre la cara ve dos pies desnudos.
***
Hans retrocede hasta chocar contra la pared, estirando la mano para bajar al intruso.
-¡Suéltame, imbécil!, ¡maldito gusano! –pareciera luchar consigo en la oscuridad del pasillo, frente a la celda de Marco.
Hay agitación en la clínica, como una estampida de pasos corriendo dentro de las paredes. El piso vibra, la lámpara rueda por el piso hasta que se rompe derramando el combustible sobre el frío piso de piedra.
-Hans, dame las llaves –Marcos extiende la mano a través de los barrotes-, déjame ayudarte.
-¡No, no puedo! –el Duende lo tiene agarrado por el cuello y el lucha con todas sus fuerzas, pero él también es fuerte, aunque quizás se deba a que Hans solamente ve una sombra.
-Dame las llaves –insiste, mientras las paredes continúan vibrando, aunque cuando Marco habla el ruido disminuye levemente.
-No, Marco. Es por tu bien. Los dos sabemos qué podría ocurrir.
-¡Que me des las llaves! –grita y su rostro de desfigura. Parece otra persona.
***
-¿Quién eres? –pregunta sin voz, mientras se reincorpora.
-“Somos”, porque somos muchos.
-Lo sé –el Duende la observa con curiosidad.
-¿Quién crees que soy?
Carolina lo observa, desde los pies desnudos hasta el sombrero en punta. Parece humano, pero está claro que no lo es. Su contextura es delgada, de hombros demasiado anchos para un cuerpo tan angosto, brazos largos, casi hasta las rodillas y una cabeza también grande. Es como si la mitad superior fuera de un hombre y la inferior de un anciano pequeño. Su pálida piel parece iluminada.
-Eres un ¿Duende? –no está tan segura.
-Soy un Duende –su rostro se va apagando lentamente, mimetizándose en la oscuridad de la habitación.
-¡No te vayas!, necesito saber…
-¿Qué quieres saber? –su rostro vuelve a ser visible, aunque ahora sólo le ve la mitad del cuerpo, la otra parece oculta tras el velo de las realidades.
-¿Dónde está mi hermano? –el Duende la mira con más curiosidad que antes y aparece completamente.
-Ven, levántate.
-¿A dónde?
-¡Carolina! –grita su madre desde afuera.
-¿Vienes?
-Sí.
Le toma la mano, decidida a averiguar qué sucede en su familia y ambos desaparecen en el umbral.
-¡Dame la llave! –vuelve a gritar Marco.
-¿Marco? ¿Eres tú? –pregunta Carolina, totalmente sorprendida.
Hans y el Duende se levantan y retroceden. Marco comienza a agitar las rejas de su celda desesperado y el Duende que acompaña a Carolina levanta una mano, ordenando a los demás detenerse.
-¿Qué haces aquí?, ¿estás bien? –Marco no responde-. ¿Qué le hizo a mi hermano?
-Yo, sólo trato de ayudarlo.
-¡Abra la celda! ¡Ahora!
-No puedo hacer lo que me pides, chiquita.
-Caro, no puede dejarme salir –acerca las manos a la reja, sin embargo continúa sin mirarla a los ojos-, es por mi bien.
-¿De qué hablas? –comienza a acercarse.
-Detente –le ordena Hans, pero el Duende le exige silencio con un gesto mudo.
-Hermano, mírame, por favor explícame; cómo llegaste aquí, si mamá lo sabe.
Marco levanta la vista lentamente, al tiempo que extiende ambas manos hacia ella, que las recibe con ansias de estrecharlo. Se rozan, ella avanza un pequeño paso a la vez hasta quedar frente a frente.
-Tus ojos.
-¿Qué tienen mis ojos?
-Brillan, como la piel del Duende.
Le aprieta las manos y la acerca a él. La reja permite el contacto, aún así los separa. Él, dominado por la fuerza que ha controlado su vida durante el último tiempo, se deja ver, iluminando su piel, sólo su piel. A su alrededor no hay nada, salvo oscuridad.
-¿En qué te has convertido? –tiene mucha pena.
-Le entregó su alma a un Duende joven, demasiado apasionado y ¡niño! –el duende lo golpea en la pierna para que baje la voz.
-Suéltame, por favor –una lágrima que baja por su mejilla, brilla expuesta al resplandor de sus enormes ojos violeta.
-¡Marco! –lo llama Hans, con voz cantarina-, suelta a tu hermana. ¿Estás ahí?
-Claro que estoy aquí –le recrimina el tono infantil-. Siempre estoy aquí, soy parte de mi mismo, ¿no te acuerdas?
La aparta de un empujón y vuelve a la oscuridad de su cuerpo, lejos de los barrotes.
-Por favor, llévensela.
-¡Necesito que me expliquen! –se desploma desconsolada.
-Ven, ven. Vamos a mi casa, yo te explicaré todo –le ayuda a levantarse, pero se detiene-. ¿Qué? ¿Qué no podemos hablar aquí?
-¿Qué sucede?
-¿No lo escuchaste?
-¿A quién?
-Mi amigo, el Duende allá, dice que debes regresar a casa con él. Tu madre en cualquier momento abrirá la puerta y no tendrás cómo justificar tu ausencia. Anda, ve. Mañana te pondré al tanto.
Carolina se deja guiar por el Duende, y aunque tiene mucha pena por su hermano también se siente aliviada. Él está vivo y ella pronto lo sabrá todo.
***
Faltan pocos minutos para las tres de la tarde y Carolina está en la sala, vestida y animada, esperando que llegue el doctor. El nerviosismo la obliga a mirar el reloj una y otra vez. Él es puntual, pero jamás llega antes de tiempo. Suspira y luego se levanta. Recorre la sala con calmosa paciencia, observado los cuadros en las paredes, las reliquias de la familia y las viejas fotografías de su padre y los abuelos. Ellos ya no están en este mundo. Desde entonces todo parece haber cambiado o tal vez su impresión se debe, en parte, a que ella creció.
-Señorita –anuncia una joven empleada-, el doctor está aquí.
-Hazlo pasar, por favor.
Se queda de pie al lado de la chimenea, observando en dirección a la puerta.
-Buenas tardes, Carolina.
-Buenas tardes, doctor. Por favor, tome asiento.
-Gracias –suspira-. ¿Cómo dormiste anoche?
-Dormí poco, pero bien, gracias.
-Eso es una buena noticia –comenta esbozando una sonrisa.
-¿Cómo está Marco?
-Él está bien. Es un muchacho fuerte. Hoy en la mañana, cuando le llevé el desayuno me preguntó por ti, si volverías a visitarlo –la mira fijamente, entrelazando los dedos.
-Por supuesto. Esperaba que me lo propusiera.
-Excelente –comenta, echándose hacia atrás en el sillón, cruzando las piernas.
-Yo haría cualquier cosa por él.
-¡No digas eso! –la regaña en silencio-, los Duendes podrían tomarte la palabra.
-Lo siento, no lo sabía.
-En lo sucesivo ten mucho cuidado con lo que dices, especialmente con las promesas.
-Lo tendré. Doctor, quisiera que me hablara de lo ocurrido anoche.
-Bueno, para eso estoy aquí. Pero me temo que la historia comienza mucho antes, aproximadamente hace un año.
“Cuando los colonos arribaron a Coyhaique, tu hermano se puso muy contento; al fin había caras nuevas en los alrededores, y animosamente fue a ofrecerles su ayuda, para que se instalaran en el pueblo.  Eso lo mantuvo ocupado por varias semanas, ya que para nuestra sorpresa no fueron pocos los extranjeros destinados a esta región. Creo que pocas veces había visto a Marco tan feliz. Según me contó tu madre, no paraba en la casa y los colonos lo adoraban,  sobre todo Doris. ¿La recuerdas?”.
-Sí, por supuesto. En casa todos lo molestábamos con ella –recordó con una sonrisa.
-El problema es que ella ya tenía un pretendiente.
-Eso no lo sabía.
-Deja que me explique. Los colonos, aunque ellos no lo saben, no llegaron solos. Ignoro la forma o cómo se escondieron. Bueno, me imagino que para ellos eso no supone un gran inconveniente.
-¿Habla de los Duendes?
-Correcto. Algunas familias; las más extrañas, si me permites la observación, traían, además del equipaje, un infiltrado o más de uno.
-¿Usted cuándo lo supo?
-Me lo contó Marco. Oh, discúlpame, creo que me aparté un poco de la historia. Como te decía, cuando ellos se conocieron Doris ya tenía un pretendiente, un pretendiente no humano. Este Duende se molestó mucho con tu hermano, pero más con Doris, puesto que ella también se enamoró de Marco.
-¿Cómo es posible que un Duende se enamore de una persona?
-Sé muy poco de ellos, pero en lo que he podido estudiar he descubierto que son seres enamoradizos, con un extraño sentido del humor y una fuerte debilidad por las mujeres hermosas, especialmente cuando son niñas. De ahí nacieron muchas leyendas, que de seguro habrás oído.
-La verdad es que no sabía nada de lo que me cuenta.
-En otra oportunidad te contaré alguna de ellas. Ahora volvamos al tema que nos convoca. Este pequeño ser atormentó a tu hermano por varias semanas, hasta que se coló en tu casa. Tu madre acudió a mí desesperada, porque creía que su hijo se estaba volviendo loco.
-Eso lo recuerdo.
-Estuve viniendo día tras día, durante un mes, sin embargo, todo se complicó cuando el Duende encontró la forma de poseer a Marco. Si no me equivoco, pensó que esa sería la única manera que Doris correspondiera a su amor.
-¿Mi madre lo sabe todo?
-Así es. Ella me pidió que lo cuidara en mi clínica, y de eso han pasado más de once meses.
Las imágenes y los recuerdos giran por su mente como un vendaval.
-¿Puede explicarme qué sucedió anoche? O, primero dígame ¿qué quieren conmigo?, ¿por qué siguen en la casa si Marco ya no está aquí?
-Al principio creí que alguno de ellos se habría enamorado de ti, pero me equivoqué. Los Duendes que habitan aún en tu casa; aún, porque muy pronto se irán, vinieron buscando tu ayuda. Ellos piensan que tú eres la única persona que puede ayudarlo.
-¿Cómo?
-Los sentimientos que tiene por ti podrían imponerse a los que siente por Doris, entonces al Duende ya no le servirá.
Le emociona escuchar que Marco la quiere, tanto como ella a él.
-¿Por qué lo hacen?, ¿por qué nos ayudan?
-Me temo que porque creen que su amigo corre peligro de muerte.
-Eso significa que…
-Que Marco también podría morir.
-Doctor, por favor, no puede permitirlo –las lágrimas desfilan por sus pálidas mejillas, como un caudal continuo.
-Haremos todo lo que esté a nuestro alcance. No temas. Como te dije, él hoy está mejor que nunca, lo que me da a entender que el Duende no lo está pasando bien.
-Cuando todo esto termine, si Marco vuelve a ver a Doris ¿correrá el mismo peligro?
-Me temo que si.
-Quiero verlo, cuanto antes.
-Primero hablaré con tu señora madre –comenta levantándose del sillón- y luego iremos a mi casa.
Hans se quedó de pie en la sala y Carolina fue en busca de su madre. Los dos adultos sostuvieron una larga conversación, que ella pudo presenciar en silencio, y luego ambos se encaminaron por la larga callecita adoquinada a cumplir la misión que ambos debían enfrentar.

miércoles, 25 de abril de 2012

Las Teresas


El aire que se respira por las escaleras que la llevan al cuarto piso apesta a incienso y a humedad, pero tiene poderosas razones para estar ahí. Ni siquiera la posibilidad de encontrarse a una de sus amistades le intimida... A pesar de eso, lleva gafas oscuras y un largo abrigo negro.

Llama a la puerta; se demoran en responder. Siente la mirada a través del ojo mágico. Se acomoda las gafas y gira la vista, nerviosa.

-Buenas tardes –saluda una mujer alta, morena, de cabello rubio, muy maquillada.Descripción: trans
-Buenas tardes –saluda con cortesía, sin poder ocultar la impresión.
-¿Su nombre? –pregunta al tiempo que ladea la cabeza. La mira frunciendo el ceño hasta intimidarla, quizás hasta hacerla vulnerable a algún embrujo.
-Teresa –suelta después de un suspiro cardíaco.
-Adelante, por favor –se aparta de la puerta y sonríe ampliamente.

Teresa se siente extraña, tanto por lo que está haciendo como por la conducta de la mujer. Piensa en irse...

-Mi nombre también es Teresa –comenta la mujer que la recibe.
-¿En serio? –pregunta con temblor.
-Asiento –la invita, sin responder.

La sala es especialmente pequeña, las paredes se encuentran forradas de cortinas ondulantes, oscuras, atigradas, rojas. Sobre la mesa está el manojo de cartas. Lo reconoce, porque Sandra le habló de ello.

-Dime, querida, ¿qué quieres saber?
-La verdad –suspira-, necesito que me haga un favor.

La otra Teresa asiente con maldad y Teresa, extrañamente, comienza a sentirse cómoda. Lo piensa un minuto y se asusta, pero ya está ahí.

-¿Qué tipo de favor?
-Es mi hijo. Creo que es...
-Usted no lo cree, está segura, de lo contrario no estaría aquí.
-Bueno, si lo pone de ese modo, sí. Estoy segura.
-Y ¿está segura que quiere hacerlo?
-Por supuesto. Cualquier cosa antes que la vergüenza de tener a un hijo así.
-Él no tiene nada de malo –comenta distraídamente-, todo lo contrario.
-No me importa, yo no pienso como usted. Su matrimonio fue arreglado y ya no hay vuelta atrás.
-Como usted diga, señora...

Extiende un mantel negro, que termina de alisar con las palmas de sus manos. Coloca una vela al centro y la rodea de piedrecitas, todas color café, excepto una, que es redonda y negra. También pone una blanca, pero la deja en un extremo.

-¿Trajo la foto?

No se arrepentirá. Antes preferiría verlo muerto.

-Aquí está.

La otra Teresa ensarta la foto con un alfiler y la clava en la vela. La llama, que nace amarillenta, se vuelve azul, roja, crece y baila, amenazando con salirse de control.

-No temas, lo está reconociendo.
-¿Quién? ¿Quién lo está reconociendo?
-Un Ángel, mija. Un Ángel.
-¿Un Ángel? Y ¿usted quiere que crea que hay Ángeles que se dedican a hacer brujería?
-Así es. Los Ángeles, todos ellos, en un principio eran esencialmente buenos, ya no todos los son.
-Entiendo...
-Está hecho. Son cien mil.
-Teresa no duda que así sea. Le paga y se pone de pie.
-Sólo una cosa antes que se vaya.
-¿Qué cosa?
-Es posible que tenga pesadillas, por unos días.
-No se preocupe, puedo manejarlo.

Teresa abandona el edificio sintiéndose bien, libre, más viva que antes… contrario a lo que se podría imaginar, pero situaciones de esta índole carecen de lógica alguna.

Mientras tanto, a varias cuadras de ahí, en el cuarto piso de un antiguo edificio céntrico, Rodrigo llora amargamente. Su madre, antes de salir, le dijo cuales eran sus pretensiones y fue clara al especificar lo que estaba dispuesta a hacer para que se cumplieran sus deseos.

Teresa enviudó a una edad temprana y con un solo hijo se convirtió en la única heredera de la fortuna de su difunto esposo.Descripción: trans

Su boda, como la de la mayoría, había sido arreglada al momento de nacer, sólo que a ella nunca le importó... Sabía que las mujeres pasaban por eso, que era normal casarse con un anciano repulsivo, enfermo y degenerado. Pudo haber llorado, huido de casa o enfermado, como otras jovencitas de su edad, pero ella siempre fue diferente, fría, calculadora.

-¡Rodrigo! ¿Dónde estás? –En cuanto deja la cartera lo llama revisando cada una de las habitaciones.
-Aquí, madre –responde, de pie en la puerta de su recamara.
-¿Estuviste llorando? –pregunta en un reproche.
-No –miente con descaro.
-Me parece bien. Los hombres no lloran.

Sabe como provocarlo y él se deja caer en el juego de las odiosidades.

-Mentira.
-¿Qué dijiste?
-Que es mentira. Los hombres si lloran ¿o no me ves?
-Tú no eres hombre…
-Si soy.
-Un hombre no se revolcaría con otro hombre –le espeta con recelo-. Enfermo desviado –vomita entre dientes.
-Tú no sabes…
-¿Que yo no sé? Escúchame bien, porque es la última vez que hablo del tema. Te vas a casar con Mercedes, vas a hacerla muy feliz y me vas a dar muchos nietos –avanza apuntándolo con un dedo- ¿te queda claro?
-No quiero –susurra con la cabeza gacha.
-¿Qué dijiste?
-¡Que no quiero! ¡No me voy a casar con nadie!
-Tú harás lo que yo te diga.

Rodrigo mueve la cabeza y sonríe mientras las lágrimas se deslizan por sus mejillas.

-¿De qué te ríes, imbécil?
-Hablé con Mercedes. Lo sabe.

Teresa se transforma, pasando por toda la gama de tonalidades de la ira, y lo obliga a levantar la mirada de un solo golpe.

-¿Cómo te atreviste? –le increpa a empujones- ¿Quieres destruirme la vida?
-¡Déjeme! –grita, incapaz de seguir conteniéndose- Ya no soy un niño.
-¿Crees que no lo he notado? –nuevamente levanta la mano y vuelve a golpearlo en la cara.

Rodrigo no se inmuta, al contrario, acumula tanta rabia que Teresa se ve intimidada.

-No vuelvas a tocarme, por favor no vuelvas a hacerlo.

Teresa retrocede.
-Quiero que tomes el teléfono y le pidas disculpas. Dile que fue una broma, una mentira, que tenías miedo, no sé. Inventa algo, pero de aquí a mañana quiero que este tema esté resuelto.

La noche llegó de prisa, pero él no ha podido conciliar el sueño, debatiéndose entre lo que su madre le exige que haga, como siempre, o escaparse con Danilo…

No puede respirar. Intenta enderezarse, pero una presión en el pecho no lo deja moverse. Abre los ojos, por segunda vez, y recorre el cuarto sin poder ver nada. Está todo oscuro, neblinoso y alguien a los pies de su cama lo vigila. La silueta que lo observa es alta, no distingue formas, pero no es necesario. Nadie puede verle el rostro…

...El dolor es demasiado real para ser un sueño.

Busca con la mirada el crucifijo en su velador. Quiere llamar a su madre, pero las diferencias que hay entre ellos hoy son insostenibles.

-¿Qué quieres? –tartamudea al hablar.

No hay voz. No hay nada, incluso cesa el dolor.

La sombra retrocede y se queda de pie al lado de la cama.

-¿Qué quieres? –trata de enderezarse.Descripción: trans

La cama comienza a vibrar, primero lento y luego con violencia. Procura, por sobre todas las cosas, aferrarse a ella, pero no lo consigue y casi de inmediato se ve saltando en el contratiempo de los azotes. Tampoco le salen los gritos que se quedan atascados en su garganta, como un nido de palabras que muere antes de llegar a sus labios.

Teresa, del otro lado de la puerta, escucha el escándalo. Ha tratado de entrar, más la puerta no se abre... "Esto no estaba en sus planes"...

-¡Rodrigo! –Grita desesperada- ábreme la puerta.
-¡No puedo! –al oír compungida la misma voz que durante la tarde lo insultara, estallan las lágrimas en sus ojos y le sale la voz- ¡Ayúdame, por favor!

Cada uno lucha en el lado que se encuentra, separados por una puerta que se alza cual muro de terror.

Teresa, en su interior sabe que esto no es casualidad y teme que vuelva a repetirse, o que no se detenga.

Rodrigo no está lejos de la verdad, pero se niega a creer lo que piensa.

-¿Quién te envió? ¡Respóndeme! –pregunta confundido.
La cama se detiene, la puerta se abre de golpe y Teresa cae arrodillada en el piso, envuelta en una manta roja. El baile de las cortinas acompaña la despedida de la sombra que se esfuma y Rodrigo percibe la culpa en el aire.

-Mamá, ¿qué fue eso?

Teresa se demora en contestar, porque no sabe qué decir. Es una mujer dura, pero le cuesta mentir.

-¡Perdóname! –y no puede contra el remordimiento y el dolor de ver sufrir al hijo único que le dio la vida- no quería que esto pasara, solamente quería que dejaras de ser... como eres...

Aún no se levanta y Rodrigo la observa desde la cama.

-No puedo cambiar. No es una opción para mí -el dolor da paso a la serenidad que le brinda la razón.
-¡Lo sé! –llora descontrolada- ¡Siempre lo he sabido! ¡¡Pero prefiero que me mientas y me digas que lo lograste, a ver como te mata esta sociedad!!

En la oscuridad sus ojos se buscan, hasta que él salta de la cama y corre a sus brazos.

Lo que quedó de la noche transcurrió a sobresaltos. Teresa volvió a su cuarto y Rodrigo se quedó solo. Necesitaba pensar en las palabras de su madre. ¿Podía cambiar?, ¿realmente podría hacerlo? Ya lo había intentado muchas veces y jamás logró vencer sus sentimientos. Durante años consiguió reprimir sus deseos, haciéndose el tonto, fingiendo interés en la hija de alguna de las amigas de su madre para no responder al compromiso que ya existía desde la muerte de su padre, pero ahora todo era diferente... porque había alguien.Descripción: transUn alguien con nombre... Y todo se ha tornado más complicado aún desde que supo que Ándre, un amigo cercano a la familia, intentó acabar con su vida frente al Templo, agobiado por la misma razón que él lo está ahora. Observa la foto de Danilo que guarda bajo el colchón y se duerme con ella apretada contra el pecho.

Teresa se levantó temprano. Tenía que ir a ver a la otra Teresa y deshacer lo que hizo. Una parte de ella deseaba que Rodrigo renunciara a ese amor adolescente pero la otra sólo quería verlo feliz.

Recorrer nuevamente la escalera ya no le provocaba satisfacción, le aterraba.

-Hola, querida. Adelante –saludó.
-Te exijo que detengas lo que le estás haciendo a mi hijo –le lanzó, en respuesta a su saludo.
-Yo no tengo que deshacer nada. Fuiste tú.
-¿Yo?
-Sí, tú.

Se quedan mirando.
-Pasa, no atiendo a mis clientes en la puerta.

Teresa vuelve a entrar al pequeño colorido cuartito y ocupa la misma silla.

-Ahora dime, ¿qué pasó? –su rostro refleja paz y confianza.
-Anoche, un demonio atormentó a mi hijo.
-Es parte del proceso...
-¿No puede ser de otra forma? ¿Tiene que ser con dolor?
-Todos los cambios suponen dolor. No es algo que se pueda eludir.
-Entonces no quiero continuar con esto. Haz que se detenga.
-Tampoco puedo hacer eso... a menos que ofrezcas a "otra" persona en su lugar.
-¿Ofrecer? Yo no le vendí mi alma a nadie, ¿de qué hablas?
-Acceder a un favor de este tipo –le sostiene la mirada, inquebrantable- supone un contrato. Es... implícito. No hay que firmar nada.
-¿Qué quieres decir? No estoy segura de comprenderte.
-Tú o él –sentencia con firmeza.
-Escúchame bien, Teresa. Si no haces que esto se detenga te vas a arrepentir. Tú no sabes con quien estás tratando. Puedo hacer que te arresten, que te pudras en prisión.

La otra Teresa ríe por lo bajo, entrelazando los dedos.

-¿De qué te ríes? Me siento tan estúpida...
-Lo lamento. No soy yo quien pone las reglas.
-Entonces dime con quien tengo que hablar.
-Con el Diablo...

Regresa a casa decepcionada de sí misma, por ilusa, por creer que el problema de Rodrigo tiene solución. ¿Será necesario hablar con el Diablo? ¿Existe el diablo? ¿Tiene su propia consulta? Por favor...

Ignora si los eventos de la noche anterior se repetirán nuevamente. Le asusta que así sea, pero no por eso tiene miedo de la otra Teresa, o del "Diablo".

Rodrigo, muy temprano, recibió una llamada y ahora prepara su maleta.Descripción: transDejará el hogar, el refugio, la fortaleza que construyó su madre, aunque siente temor de dejarla sola. Quizás "eso" regrese y esta vez la víctima sea ella. La ama por sobre todas las cosas y pensar en su sufrimiento lo quiebra.

Las cortinas comienzan a moverse, primero lento, luego con violencia. Levanta la vista alertado por los golpes de los objetos que comienzan a caer. Sabe que esto tiene relación con lo de anoche. Se levanta y observa con rabia e impotencia el comienzo del caos. En pocos segundos pareciera haber un torbellino de chatarra dando vueltas por la casa. Sólo los muebles más pesados están en su lugar, aunque se mantienen temblando en su sitio.
Las palabras no salen, se atascan, como le ha pasado antes. Los ojos se inundan a causa de la cobardía, de querer hacer y no hacerlo, de levantar el espíritu y volar, sencillamente volar.
La puerta de entrada se abre y llega Teresa corriendo a su cuarto. Se observan, cada uno al lado del abismo que comienza a abrirse a sus pies. En ella no hay más reacción que una mano en su boca, que calla la culpa y sujeta la voluntad de saltar y entregarse en sacrificio de amor.

Pero el amor no siempre salva o libera, otras veces ata. Rodrigo lo sabe.

Sombras inundan la habitación. Vienen de abajo, lo rodean todo, arañando con sus huracanes lo poco que permanece en pie. También a él...

Está desnudo, absorto. Por primera vez, y cuando el caos es mayor fuera de las paredes del cuerpo que en su alma, tiene ojos para sí y no le gusta lo que ve. Los vientos desatan una furia mayor, Teresa lo mira, lo admira y no lo reconoce. Sin embargo, es él. El mismo, el de siempre, el que ella nunca ha querido reconocer.

Ella por fin lo entiende, en este último momento, y se arroja a sí misma al torbellino de fuego que emerge de las grietas. Él la observa, y aunque entiende que jamás volverá a verla no puede llorar. Su dolor no es más justo que el juicio de Dios, o la venganza del Diablo.

Quizás cuando amanezca y descienda de la nube de dicha que ahora lo envuelve sufra, pero no en este momento. 

jueves, 7 de abril de 2011

Sueños Lúcidos (viene de la anterior)


Pero las creencias cambian, como cambia mi percepción frente al espejo. Después de todo las alucinaciones son otro tipo de sueños, aquellos que se desarrollan en tiempo real, los sueños lúcidos, pero lo mío ha pasado a ser enfermedad, o maldición…

En mi forma de ver el problema me acomoda más la maldición. Odio pensar que estoy enfermo.

A veces me pregunto, no sé si soñando o despierto, ¿qué piensa la gente de mí cuando me ven actuar de manera extraña y les asigno un rol dentro de la historia que sólo se desarrolla en mi cabeza? Me cuesta imaginarlo, porque todavía no me convenzo que no sea cierto, aunque el balance me hace perder en la disputa. Es más probable que yo esté loco a que todo el mundo lo esté. Y aquí es donde vuelvo a encogerme de hombros… Porque no quiero darles la razón, no sin haber defendido mi verdad.

Caminar ayuda en momentos de estrés, pero ni eso puedo hacer solo. Me siguen mi madre y mi hermano, cuidando que no dañe a la gente… Si ellos, o alguien, cualquiera, también pudieran ver los demonios…

¡¡Lo mío no es contra la gente, es contra los demonios que viven en ellos!!

Los miro caminar detrás de mí, deteniéndome un instante en sus ojos, y estoy seguro, una vez más, que les vi temblar en sus cuencas oscuras y esbozar una sonrisa siniestra.